La siringa

El dios pan tocando la siringa

«Especie de zampoña, compuesta de varios tubos de caña que forman escala musical y van sujetos unos al lado de otros»: así define nuestro diccionario a la siringa, ese instrumento que acompaña siempre a los pastores en la literatura bucólica. Su nombre está tomado de un personaje mitológico, una náyade o ninfa del río, cuya historia se nos cuenta, entre otras obras, en la novela pastoril Dafnis y Cloe, de Longo. En esta escena, los dos adolescentes protagonistas deciden hacer sacrificios en honor del dios Pan, del que han recibido protección; y se encuentran con el pastor Filetas, que se vanagloria de ser, después del dios Pan, el mejor tañedor de siringa.

Llegó la noche y durmieron allí mismo, en el campo; al día siguiente se acordaron de Pan, y después de coronar de pino al macho cabrío conductor del rebaño lo llevaron junto al pino, lo asperjaron con vino y entonando alabanzas al dios lo sacrificaron, lo colgaron en alto, lo desollaron; asaron y cocieron la carne y la pusieron allí cerca en el prado, sobre las hojas; la piel con los propios cuernos la fijaron al pino, junto a la estatua, ofrenda pastoral a un dios pastoril. Se le ofrendaron también las primicias de la carne y se hizo una libación de una gran cratera; Cloe cantó, Dafnis tocó la siringa.

A continuación se recostaron para comer. Se les presenta entonces el boyero Filetas que casualmente le traía a Pan unas pequeñas guirnaldas y unos racimos todavía con sus hojas y sarmientos; le acompañaba Títiro, el más joven de sus hijos, un niño pelirrojo, de ojos glaucos, la tez blanca y el aire despierto, que caminaba dando gráciles saltos, como un cabrito. Así pues se levantaron de un brinco y fueron en su compañía a coronar a Pan y a colgar los sarmientos entre el ramaje del pino, después le invitaron a recostarse junto a ellos y compartieron el convite. Y, algo achispados los mayores, se contaban muchas historias el uno al otro: cómo apacentaban el ganado cuando eran jóvenes, cómo habían escapado de tantas incursiones de piratas; el uno se vanagloriaba de haber dado muerte a un lobo, el otro de quedar como tañedor de siringa por detrás tan solo de Pan —tal era el farol que se echaba Filetas—.

Dafnis y Cloe le rogaban encarecidamente poder también ellos disfrutar de su arte, que tocara la siringa en la fiesta del dios que en ella se complace. Acepta Filetas no sin antes reprochar a la vejez su falta de fuelle y toma la siringa de Dafnis, pero esta era pequeña para un arte tan grande; como que era la boca de un niño la que en ella soplaba. Así que envía a Títiro a buscar su propio instrumento a la cabaña, distante diez estadios. Este se despoja de la esclavina y medio desnudo echa a correr como un cervatillo; mientras tanto Lamón prometió contarles la leyenda de la siringa, que un cabrero siciliano le había cantado a él por el precio de un macho cabrío y una siringa.

—Esta siringa, este instrumento antes no era tal, sino una hermosa muchacha de voz melodiosa; apacentaba cabras, jugaba con las Ninfas, cantaba como todavía hace hoy. Mientras ella apacentaba, jugaba, cantaba, Pan se le acercó e intentó que accediese a sus deseos, prometiéndole que todas sus cabras tendrían gemelos. Pero ella se burló de su amor y dijo que no aceptaría por amante a quien no era ni macho cabrío ni hombre al completo. Pan se lanza en su persecución, dispuesto a violentarla; Siringa huía de Pan y de su violencia; agotada por la huida se esconde en unas cañas y desaparece en la marisma. Pan corta encolerizado las cañas pero no da con la muchacha; comprendiendo la desgracia, inventa el instrumento uniendo con cera las cañas desiguales, como desigual era entre ellos el amor; así la hermosa muchacha de antes es ahora una melodiosa siringa.

Acababa de terminar Lamón su narración y recibía los elogios de Filetas por haber resultado su leyenda más dulce que una canción, cuando se presenta Títiro que trae la siringa a su padre, un soberbio instrumento de grandes tubos y decorado con bronce por sobre las junturas de cera; uno hubiera dicho que era aquella misma que Pan ensambló por vez primera.

Se incorpora pues Filetas, se sienta bien erguido y lo primero prueba a ver si el aire circula bien por las cañas; después de comprobar que el aire circula sin obstáculos se pone ya a soplar fuerte y vigorosamente. Uno hubiera creído estar escuchando un conjunto de instrumentos concertados, con tal potencia resonaba su siringa. Pero al poco rato empezó a abandonar tal ímpetu para ir cambiando a un aire más amable; y exhibiendo en su totalidad lo que es el arte musical del buen pastor, tocó con su siringa el aire que conviene al rebaño de vacas, el adecuado al de las cabras, el que gusta a las ovejas. Deleitoso era el de las ovejas, potente el de las vacas, agudo el de las cabras; en una palabra, una sola siringa las imitó a todas ellas.

Y bien, los demás yacían recostados deleitándose en silencio, pero Driante se puso en pie y le pidió que tocara un aire dionisíaco mientras él ejecutaba ante ellos una danza de lagar: tan pronto imitaba al que hace la vendimia como al que acarrea los canastos, ahora al que pisa las uvas, luego al que rellena las vasijas, después al que bebe el mosto. Todo ello lo bailó Driante con tal conveniencia y claridad que creían estar viendo las viñas, el lagar, las vasijas y a Driante bebiendo de verdad.

Este fue pues el tercer viejo que se ganó la admiración del público, esta vez por su danza; a continuación besó a Cloe y a Dafnis, y ellos, levantándose con gran presteza, bailaron la leyenda de Lamón. Dafnis imitaba a Pan, Cloe a Siringa; él trataba de convencerla con sus súplicas, ella se sonreía sin hacer caso; él la perseguía y corría sobre la punta de los pies, imitando los cascos de la cabra, ella hacía ver que estaba agotada por la huida. Después Cloe se esconde en la espesura como si fuera la marisma; Dafnis toma la gran siringa de Filetas y toca un aire que es quejumbroso como corresponde a un enamorado, apasionado como de quien intenta persuadir, insistente como de quien busca a alguien, y lo hace de tal modo que Filetas, admirado, se levanta de un salto, le besa y a continuación del beso le regala la siringa, haciendo votos por que también Dafnis pueda dejársela a un sucesor de igual talento.

Dafnis y Cloe

Dafnis ofrenda a Pan su pequeña siringa y le da un beso a Cloe como si la hubiera recobrado después de una huida de verdad; ya de noche conduce de vuelta a su rebaño mientras toca la siringa y Cloe hace lo mismo con sus corderos, reuniéndolos al son de la suya; las cabras marchaban cerca de los corderos y Dafnis caminaba pegado a Cloe, de tal manera que hasta la noche estuvieron embriagados el uno del otro y convinieron en hacer bajar más pronto los rebaños al día siguiente —y así lo hicieron—.

En efecto, apenas despuntaba el día cuando llegaron a los pastos; saludaron primero a las Ninfas, después a Pan, a continuación se sentaron a tocar la siringa bajo la encina; más tarde se besaban, se abrazaban, se recostaban en el suelo, y sin hacer nada más se levantaron. Se ocuparon también de la comida y bebieron vino mezclado con leche.

Aumentando con todo ello tanto su ardor como su atrevimiento fueron a dar en una riña de enamorados, y al poco llegaron a los juramentos de fidelidad. Dafnis se acercó al pino y juró en nombre de Pan que no viviría solo sin Cloe ni por espacio de un día; por su parte Cloe, entrando en la gruta, juró a Dafnis en nombre de las Ninfas que compartiría con él una misma muerte y una misma vida. Pero a Cloe, como muchacha que era, la adornaba tal simplicidad que al salir de la gruta consideró oportuno tomarle un segundo juramento:

—Ay, Dafnis —decía—, Pan es un dios enamoradizo e infiel; anduvo enamorado de Pitis y también de Siringa, y nunca deja de importunar a las Dríades ni de dar quebraderos de cabeza a las Ninfas Epimélides. Así que si él se desentendió de sus juramentos tampoco se cuidará de castigarte a ti aunque te vayas con tantas o más mujeres como tubos tiene la siringa. Júrame tú en nombre de este rebaño de cabras y de aquella que te crio que no abandonarás a Cloe mientras ella te siga siendo fiel; pero si ella falta contra ti y contra las Ninfas, rehúyela, ódiala y dale muerte como a un lobo.

Dafnis se sentía complacido al ver que no se fiaba de él y, colocándose en medio del rebaño y agarrando con una mano una cabra y con la otra un macho cabrío, juró amar a Cloe mientras ella le amara; y que si ella prefería a otro antes que a Dafnis, en lugar de a ella se daría muerte a sí mismo. Ella se puso muy contenta y confió en el juramento, pues como joven pastora creía que las cabras y las ovejas eran dioses particulares de pastores y de cabreros.

Biblioteca IES Albarregas.-

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